La Iglesia del siglo XXI se enfrenta, al igual que la Iglesia de todos los siglos, a la tarea de predicar el Evangelio de modo tal, que las personas de esta época lo entiendan, lo asimilen y lo puedan reconocer como importante para su vida. El que para ello se precise una Iglesia en la que los cristianos también mantengan los unos con los otros un buen y fructuoso intercambio de ideas y opiniones, se escuchen recíprocamente y reflexionen juntos sobre el futuro, es algo de hecho evidente. Es por ello que el Papa Francisco, con la vista atentamente puesta en el presente y el futuro, ha hecho del tema de la sinodalidad un aspecto central de su pontificado. Puesto que la Iglesia se ha reunido en sínodos a lo largo de los siglos, a fin de deliberar y buscar caminos comunes. Sin embargo, un sínodo que se ocupe únicamente del tema Sinodalidad es una empresa que se puede cuestionar. En el Sínodo de octubre de 2023 ya se evidenció que aquellos temas que son muy apremiantes para los participantes no se pueden dejar al margen sin más. Y es que forma parte de la esencia de los sínodos la incorporación de asuntos importantes pendientes. Aun así, es importante no perderse en los numerosos temas individuales y mantener la vista puesta en la gran pregunta de este Sínodo. ¿Cómo puede la Iglesia Universal llevar a cabo la sinodalidad y de este modo recorrer juntos el camino, ir al encuentro de su Señor y predicar la Buena Nueva?
Ya en 2018 la Comisión Teológica Internacional presentó un documento titulado «La Sinodalidad en la Vida y la Misión de la Iglesia», que cita los fundamentos teológicos de este tema. Leyendo el Informe de Síntesis del Sínodo de 2023 y mirando en retrospectiva el documento de la Comisión Teológica, emergen líneas que ofrecen puntos de referencia para el desarrollo ulterior y las deliberaciones del Sínodo de 2024. Por ello deseo seguidamente señalar algunos aspectos que fueron en esta perspectiva importantes para las deliberaciones del Sínodo del otoño pasado, y destacarlos como indicadores del camino sinodal a seguir por la Iglesia Universal, pero también del Camino Sinodal de la Iglesia en Alemania.
Participación
La sinodalidad está dirigida en su esencia a posibilitar la participación de los fieles en las reflexiones, deliberaciones y decisiones a adoptar. El documento de la Comisión Teológica Internacional dice al efecto: «La práctica de consultar a los fieles no es nueva en la vida de la Iglesia. En la Iglesia del Medioevo se utilizaba un principio del Derecho Romano: Quod omnes tangit, ab omnibus tractari et approbari debet (es decir, lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos)» (N. º 65). También el Informe de Síntesis del Sínodo de 2023 constata, a la vez que concreta en relación con la sinodalidad: «Orientada a la misión, la sinodalidad comporta reunirse en asamblea en los diversos niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, la creación del consenso como expresión del hacerse presente el Cristo vivo en el espíritu y el asumir una corresponsabilidad diferenciada.» (N. º 1.h). En cierto modo herencia de los tiempos del Absolutismo y, no, por último, como resultado del Concilio Vaticano I, el orden jerárquico se vinculó más en la Iglesia Católica a un modelo de toma de decisiones que destaca el poder de toma de decisiones exclusivo en la cúpula, es decir el Papa en la Iglesia Universal, el Obispo en la diócesis y finalmente el Párroco en la parroquia. Sin embargo, esta situación de toma de decisiones en solitario no responde a lo que ha sido la práctica eclesial a lo largo de los siglos. El Concilio Vaticano II ha destacado aquí el aspecto de la colegialidad entre obispos como complemento imprescindible. El documento de la Comisión Teológica añade: «La noción de sinodalidad implica la de colegialidad, y viceversa, en cuanto las dos realidades, siendo distintas, se sostienen y se reconocen una a otra como auténticas.» (N. º 66).
A través de la noción de sinodalidad, deseo añadir, la colegialidad gana eficacia y realidad eclesial. Las decisiones en la Iglesia deben emanar, podría expresarse de forma sencilla, de la deliberación conjunta y asentarse sobre una base lo más amplia posible. Aquí no se trata de un esquema de orden y obediencia o de arriba hacia abajo. Se trata de que el Pueblo de Dios avance junto y crezca en la creencia compartida. Por ello los órganos sinodales tampoco deberían trabajar como órganos de deliberación solo teóricamente importantes. En este sentido, el Informe de Síntesis del Sínodo se pregunta, con razón: «¿cómo podemos entrelazar el aspecto consultivo y deliberativo de la sinodalidad? Sobre la base de la configuración carismática y ministerial del Pueblo de Dios: ¿cómo integramos en los diferentes organismos de participación las tareas de aconsejar, discernir, decidir?» (N. º 18.g). En las discusiones que precedieron al Sínodo de 2023, se pudo obtener a veces la impresión de que la relación entre sinodalidad y jerarquía se describía con la diferenciación de deliberar y decidir que va unida a los términos ingleses «decision making» y «decision taking». Pero ya la Comisión Teológica aclaró que aquí existe una limitación: «En la Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y consultar para tomar las decisiones pastorales que mejor correspondan a la voluntad de Dios.» (N. º 68). Por ello, lo que la Iglesia precisa es la búsqueda de formatos de reunión y procedimientos de participación adecuados, que permitan una implicación a tomar en serio de la mayor cantidad posible [de fieles] en las deliberaciones y decisiones. Con los procesos del Camino Sinodal en Alemania, aunque también con las consultas previas a los Sínodos romanos anteriores y con el estilo consultivo del Sínodo de 2023, la Iglesia ha avanzado considerablemente. Pero al mismo tiempo percibimos que aquí aún tenemos mucho que aprender, probar y practicar. Aquí también se acentúa, una y otra vez, que la Iglesia no estaría en esto en el camino hacia el «parlamentarismo» y «decisiones adoptadas por mayoría simple».
Ante estos cambios, me pregunto por qué la democracia de cuño contemporáneo, a la que además del reconocimiento de la dignidad del hombre y los derechos humanos, también pertenecen, en particular, los principios del orden constitucional, la soberanía popular, el estado de derecho, la división de poderes, la protección de las minorías y el estado social, debería generar temor en la Iglesia. Además, es indiscutible que ya existen muchos elementos estructurales en la Iglesia Católica que se corresponden con los procedimientos y estructuras, en la forma en que están establecidos en estructuras estatales democráticas y de estado de derecho contemporáneas. De este modo era claramente evidente que, al llegar el Sínodo Mundial a su fin, se votara de forma pormenorizada y formalmente correcta sobre la adopción del texto de síntesis. Por ello no quiero ver una contradicción con la doctrina de la Iglesia, en el hecho de introducir procedimientos de eficacia demostrada destinados a la transparencia de la actuación de gobierno de la Iglesia y la participación de los fieles. Al fin y al cabo, no se trata de parafrasear la confesión de fe mediante una decisión sinodal por mayoría simple, por decirlo sin rodeos. La Iglesia tendrá que desarrollar bajo el aspecto de la sinodalidad, sus formas de participación propias y adecuadas a su misión, esto está fuera de toda discusión. Pero puntos de contacto y paralelismos con estructuras de gobierno democráticas no deberían ser aquí un criterio negativo. Aquí rigen las palabras de la Comisión Teológica: «La práctica del diálogo y la búsqueda de soluciones compartidas y eficaces [...] son una absoluta prioridad en una situación de crisis estructural de los procedimientos de participación democrática y de desconfianza en sus principios y valores inspirativos, por el peligro de que se deriven en autoritarismo y tecnocracia.» (N. º 119).
Diversidad en la unidad
Tampoco podemos calificar de nueva la idea de que la unidad de la Iglesia no implica una uniformidad indiferenciada. Desde las descripciones bíblicas de los distintos caracteres en el círculo de los Apóstoles está claro: el ser cristiano puede tener distintas expresiones. La imprescindible inculturación de la fe, la vinculación concretizadora de la doctrina con la vida y el imaginario de la fe, conduce inevitablemente también a la diversidad de formas de fe y prácticas pastorales. Por ello el Informe de Síntesis del Sínodo constata: «Es preciso cultivar la sensibilidad frente a la riqueza de la variedad de las expresiones del ser Iglesia. Esto requiere buscar un equilibrio dinámico entre la dimensión de la Iglesia en su conjunto y su radicación local, entre el respeto del vínculo de la unidad de la Iglesia y el riesgo de homogeneización que ahoga la variedad.» (N. º 5.g). El Sínodo fue personalmente para los participantes una experiencia de la diversidad en la Iglesia impresionante. Experimentar la convivencia y libre intercambio entre cristianas y cristianos de todo el mundo, supone un enorme enriquecimiento. Pero también en el plano teológico está claro que la Iglesia tiene que aportar unidad y diversidad, universalidad y concreción, a una relación de enriquecimiento mutuo. De este modo la Comisión Teológica dice: «Siendo católica, la Iglesia realiza lo universal en lo local y lo local en lo universal. La especificidad de la Iglesia en un lugar se realiza en el cuerpo de la Iglesia universal, y la Iglesia universal se manifiesta y se realiza en las iglesias locales y en su comunión mutua y con la Iglesia de Roma. Por lo tanto, cualquier iglesia particular que voluntariamente se separara de la iglesia universal perdería su relación con el plan de salvación de Dios […]. Por otra parte, una iglesia extendida por el mundo se convertiría en una abstracción si no tomara forma y vida a través de las iglesias particulares.» (N. º 59).
Para una reciprocidad sinodal de Iglesia particular e Iglesia Universal es preciso conceder a las iglesias particulares y agrupaciones de iglesias particulares, una libertad de acción que les permita concretar la doctrina común de la Iglesia, de modo que también pueda ser acogida y llenada de vida en las condiciones de vida locales. Es evidente que aquí se debe atribuir más importancia a las conferencias episcopales y agrupaciones eclesiásticas locales. De este modo en el Informe de Síntesis del Sínodo se puede leer: «Los significados y las prioridades varían entre contextos diferentes, y esto requiere identificar y promover formas de descentralización e instancias intermedias.» (N. º 5.g). La Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) en Sudamérica es un buen ejemplo de una instancia intermedia de esta índole. El Comité Sinodal en Alemania y la conferencia eclesial aún por desarrollar, que se está discutiendo bajo el nombre de «Consejo Sinodal», van en una dirección muy parecida. Aquí es decisivo desplegar sinodalidad en la vida de la Iglesia y abordar los problemas y preguntas pastorales a nivel local de un modo sinodal, para que el Evangelio puede hacerse hueco y desplegar su fuerza en la vida de la Iglesia y la vida de las personas.
Tradición y dinámica
Ya el texto de la Comisión Teológica habla de una «fidelidad creativa de la Iglesia a sus orígenes apostólicos», y dice al respecto: «Se expresa en una forma uniforme en su sustancia, pero que se vuelve cada vez más clara a la luz de la evidencia escrita y del desarrollo vivo de la tradición. Esta forma uniforme tiene, por tanto, formas diferentes, en función de los diferentes momentos históricos y en diálogo con las diferentes culturas y situaciones sociales.» (N. º 24). El Informe de Síntesis del Sínodo constata en relación con lo anterior; «Entre los temores, está el que sea cambiada la enseñanza de la Iglesia, alejándonos de la fe apostólica de nuestros padres y traicionando las esperanzas de quienes, todavía hoy, tienen hambre y sed de Dios. Sin embargo, estamos convencidos de que la sinodalidad es una expresión del dinamismo de la Tradición viva.» (N. º 1.f). La Tradición no es nunca estática. Se tiene que concebir de forma dinámica para permanecer viva y para cuestionar de forma crítica qué corresponde a la Tradición auténtica de la Iglesia. La sinodalidad carece de sentido hasta que la Tradición deja de concebirse como algo absolutamente inmutable y cuerpo cerrado en sí mismo. La posibilidad de cambios tiene que estar abierta a la investigación teológica y la discusión eclesiástica, como recientemente fue el caso, por ejemplo, en la cuestión de la vinculatoriedad de las declaraciones de Juan Pablo II (Ordinatio sacerdotalis), sobre la posibilidad de la ordenación de las mujeres.
En el Sínodo de 2023 se trató repetidamente esta concepción dinámica de la Tradición. Es una tarea exigente salvaguardar la Tradición de modo dinámico. Pero, por otro lado, también es el único modo prometedor de trasmitir esta Tradición. Al mismo tiempo, se tiene que preservar la inquietud original, de modo que sea aceptada y asimilada por personas que vivan en una época y circunstancias completamente diferentes. Para esto son importantes dos aspectos, que asimismo salieron una y otra vez a colación durante las deliberaciones sinodales: la jerarquía de las verdades y la interpretación de los signos de los tiempos.
Las verdades de fe tienen distinta importancia para el Corpus fidei y para la vida de los fieles. Por ello se precisa discernimiento y sabiduría. El Papa Francisco lo ha señalado repetidas veces, más recientemente durante el Sínodo en su Exhortación Apostólica «C'est la Confiance - Sobre la Vida y las Enseñanzas de Santa Teresa de Lisieux » (15 de octubre de 2023, N. º 48). El grado de vinculatoriedad, la alterabilidad y también la variación de elementos de la enseñanza de la Iglesia se diferencian de forma considerable. También es esencial no simplificar aspectos de orden secundario convirtiéndolos en «marcadores de identidad», cuando éstos causen al mismo tiempo grandes dificultades. La cuestión de la obligación de celibato de los sacerdotes es un ejemplo de ello. Para reconocer qué verdades de fe tienen en una situación histórica concreta una importancia y representatividad especiales, es imprescindible conocer de forma exacta esta situación y escrutar los signos de esos tiempos a la luz del Evangelio. De este modo, el Concilio Vaticano II dice: «Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas.» (Gaudium et spes 4). Por ello, el escrutinio de los signos de los tiempos, en comunión sinodal, forma parte de las perspectivas de llegar a una sinodalidad. La Comisión Teológica considera que la responsabilidad compete aquí especialmente a la Teología: «En la vocación sinodal de la Iglesia, el carisma de la teología está llamado a prestar un servicio especial al anuncio del Evangelio mediante la escucha de la Palabra de Dios, mediante la comprensión sabia, científica y profética de la fe, la visión evangélica, comprensión de los signos de los Tiempos, diálogo con la sociedad y las culturas.» (N. º 75). Un signo de los tiempos ineludible y, por consiguiente, una misión especial de los sínodos de la Iglesia, es la cuestión de una visión modificada del papel de las mujeres y sus consecuencias para la Iglesia. Los signos de los tiempos tienen un kairós.
Aspectos adicionales
El Informe de Síntesis del Sínodo de 2023 es el resultado de un proceso profundo, en el que la participación ha desempeñado un papel fundamental y también es resultado de un intenso intercambio, en el que los numerosos participantes en el Sínodo aportaron sus perspectivas e inquietudes. Por ello este documento contiene evidentemente muchos aspectos concretos, que van más allá del texto de la Comisión Teológica. Dado que me preocupa sobre todo la cuestión de lo que parece especialmente importante para el avance del Camino Sinodal, deseo mencionar algunos aspectos seleccionados que aborda el Informe de Síntesis.
En primer lugar, hay que mencionar el aspecto de las condiciones sistémicas y estructurales en la Iglesia, que han facilitado y permitido la violencia sexual y su encubrimiento en el seno de la Iglesia. «Tenemos todavía que recorrer un largo camino hacia la reconciliación y la justicia, que exige afrontar las condiciones estructurales que han permitido tales abusos y realizar gestos concretos de penitencia.» (N. º 1.e). La incorporación en las discusiones y el texto final de la alusión a que precisamente no se trata de actos de abusos cometidos por individuos concretos, sino que se debe examinar si las estructuras de la Iglesia favorecieron estos actos, no era algo que se diera por descontado. Sin esta mirada autocrítica y sin las consecuencias teológicas y prácticas a extraer, una iglesia sinodal no puede avanzar.
Otro aspecto cuya importancia no hay que infravalorar, es la cuestión de cómo se puede implicar en mayor grado a las mujeres en la Iglesia y participar de forma activa. El hecho mismo de que en este Sínodo participaran por primera vez mujeres en calidad de miembros del Sínodo con derecho a voto, cambió realidades. «Es urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de decisión y asumir roles de responsabilidad en la pastoral y en el ministerio.» (N. º 9.m). Nadie puede predecir en estos momentos qué implica esto para el futuro de la Iglesia y hacia dónde la llevarán la dinámica y la guía del Espíritu Santo. Lo único que está claro es que en estas cuestiones las cosas no pueden quedar en todo el mundo como hasta ahora están.
Finalmente, también se deben mencionar las cuestiones antropológicas, inevitables en un sínodo sobre sinodalidad. Quien se ocupa de la participación, tiene que afrontar también la cuestión de cómo se puede involucrar a aquellas personas que no responden en todos los sentidos a las categorías propias, por decirlo de forma generalizada. Aquí el Informe de Síntesis del Sínodo ha hallado una formulación notable, que efectivamente podría abrir un espacio a la reflexión y desarrollo ulterior: «A veces, las categorías antropológicas que hemos desarrollado no son suficientes para acoger la complejidad de los elementos que emergen de la experiencia y del saber de las ciencias y requieren maduración y un estudio ulterior.» (N. º 15). Que el hombre es la criatura racional de Dios constituye sin duda alguna una proposición central de la Antropología Cristiana. Pero también forma parte de ello una concepción científica racional del mundo responsable y, no, por último, de sí misma. Por ello a la Antropología Cristiana no le queda más remedio que ocuparse de los resultados y conocimientos de las ciencias, también en lo referente a la imagen del hombre. El que el Sínodo vea aquí un campo de aprendizaje de la Iglesia, es una señal alentadora para su futuro.
Hubo además toda una serie de cuestiones y aspectos parciales que se podrían citar aquí como puntos de partida para próximos desarrollos sinodales. Sin embargo, parece claro que para el Sínodo que se celebrará en otoño de 2024 lo esencial será seguir concretando para la Iglesia, en los distintos planos, la forma vivida de la sinodalidad. Participación, diversidad en la unidad y un tratamiento dinámico de la Tradición deberían ser en esto perspectivas directrices.
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